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Amor al arte

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La noche llora, como casi todas las noches que he vivido en estos dos últimos años. Sus lágrimas recorren mis mejillas, mientras mis pensamientos se extravían como ondas que viajan por el universo, hasta distorsionarse y tornarse en incomprensible ruido. Otro amanecer sin ganas de dormir, sin poder dormir... sin poder dormir con ella. ¿Dónde está? Me pregunto. Y no puedo hallarla, porque está en el exilio. No sé cómo se extravió, no sé cómo encontrarla. Desearía que vuelva aquí, a esta noche, en este momento, que sea parte de mí, como lo era antes. O deseo ser parte de ella, talvez eso era yo. Las noches son más tristes en ausencia de mi amada. No quiero abrazarla, no quiero besarla, no quiero decirle palabras bellas ni jurarle eterno amor. Solo deseo que seamos uno, como lo éramos siempre. ¿Por qué, Apolo, por qué? La alejaste de mí como apéndice inservible. Pero ella es mi corazón, mi sentimiento. Devuélveme el arte, la creatividad, el ingenio, la pasión; para escribir mejor que ante

Te esperaba para despedirme

Esperarte tres horas, quiźas media más. Eso es nada.   Aguardaba hace años y no lo sabías. Y ahora estás aquí.   No puedo más que hablarte, mirarte, observar tu pequeña figura, tus hombros, tus manos. Oír tu voz fingiendo que te escucho, pero mis pensamientos están clavados en tus labios rojos. Y no sabes cuánto me cuesta no suspirar mientras me extravío en aquel carmesí. Pero ya debes partir a tu destino, y creo que esta vez será para siempre.   Quisiera saber que en algún otro universo, tú y yo tenemos tiempo para más.

Noches de soledad

Noches de soledad Noches de olvido La muerte está aquí Hablándome al oído El tiempo se detiene La oscuridad se alarga Nadie va y nadie viene El infierno se desata Las noches de soledad Nunca terminarán Cada noche es muerte Y cada día es nostalgia

Ahora

Estoy aquí. Ahora. Sintiendo. Conociendo. Aprendiendo.   No existe para mí el tiempo, cuando estoy aquí... Ahora.

Miedo

Fue solo un segundo y mi mundo tembló. Más no quedé corto y lancé palabras sin éxito. Entonces el miedo me invadió.   Recuerdo ese sentimiento, que rápidamente se volvió pánico por perderte, no a ti, sino aquel intercambio constante de palabras, risas y afecto que compartíamos. Terror por la monotonía, por la costumbre, por el tedio y todo aquello que se roba la vida en silencio.   Años han pasado; pero los siento como ayer.

Quisiera que dios exista

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Que exista en mi mente, así como existe en la mente de los otros. Quiero vivir bajo el extenso cielo que pertenece a ese altísimo. Para despertar cada día y al rezarle convencerme que todo estará bien. Agradecerle por lo recibido y por la vida, ya sea esta feliz o infeliz. Aceptaría que lo malo es por un demonio, más lo bueno por su divinidad. Sumiso a su posible mirada, valorando la vida como regalo de su bondad. Encomendado a sus deseos para aceptar que todo lo que sigue es bueno.  Pero moriría convencido de ser una pequeña porquería sin su gracia. Y el infierno eterno sin él, pero al cielo si cumplo todas sus leyes. Realmente quisiera que exista dios. Porque necesito un placebo.

Isabelle

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En aquellas noches de cuarentena, cuando caminaba contigo debajo de los faroles blancos del puente Grau, abrazados, cobijados, cubiertos del viento frío que azotaba las copas de los árboles que rodean el río, pronunciaba tu nombre aún cuando el aire de la noche nos cortaba. Más allá, donde las calles del antiguo Yanahuara nos escondían entre la oscuridad, me apretabas la mano, me abrazabas colgándote desde mi cuello, como lo hacen las mujeres enamoradas. Después reías entre tantas palabras para terminar mordiendo suavemente mi oído. Entonces era yo tan feliz. La Plaza de Cayma nos recibe con luces amarillas y rodeada de edificaciones de piedra blanca. En una de sus bancas, sentados, nos mirábamos, reconocíamos nuestros rostros con los dedos, sonreíamos y nos besábamos lentamente, como escribiendo un poema entre dos autores con la misma inspiración Y al dormir con el calor de tu cuerpo en mi espalda, en mi boca perduraba el sabor de tu nombre: Isabelle.

Versos de un desconocido al amor negado

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Escritor muerto

Es que no puedo inspirarme más que en el dolor, en la tristeza, en la melancolía o desesperación. ¡Cómo deseo dejar de escribir por siempre! Significaría que estoy ocupado siendo feliz.  

Mi poesía sin fin

En tus ojos oscuros, profundos como el océano infinito, me entregué a la muerte. Y con el amor universal que albergas en tu corazón, renací como nuevo ser. Porque estuve perdido en este tránsito, que todos llaman vida y yo muerte, aunque no era un muerto entre vivos, sino un estrellado a este muro que le dicen vida; y atravesé esa pared, alcanzando el incierto abismo, donde tú me esperabas. Te amo. Te amo vida mía, elíxir de mis últimos días, razón de la existencia por venir. Eres la sangre en mi cuerpo, el beso eterno que yo esperaba, el perfume en cada mañana. Ahora eres mi complemento, la música feliz, la única inspiración, mi poesía sin fin.

El tiempo no ha pasado

La noches son estrelladas. Arriba desfilan las constelaciones que me llevan a ella. La luz de una luna creciente alumbra ese lugar donde descansa. Está cerca de mis manos, pero tan lejos de mi corazón. La fragua encendida de mi amor, no me permite olvidarla, solo puedo recordarla y nada más. Es la misma noche que nos cubre, es la misma noche que nos separa. Puedo verla en mi memoria, pero ya no con mis ojos. Escribo versos cuando su rostro sonriente se dibuja en mi mente. Y cuando la nostalgia por su piel trigueña estremece mis dedos, mis manos se pierden en la fría pared de mi habitación. No es ella, es cierto, pero cuánto quisiera. No está conmigo, ni lo estará. Se perderá su recuerdo algún día, como las estrellas fugaces que desaparecen después de brillar; pero ese día no llega. Hoy la quiero como antes, pero mañana... mañana también.

Un verso para el amor perdido

Hoy miré tanta gente pasar, como agua que discurre por el cauce de un gran río; pero no descubrí tu bello rostro en la multitud, ahí no estaba la dulce sonrisa de tu felicidad. Ya no oiré mi nombre de esos labios... aquellos que no volveré a besar.

Soledad

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El nuevo año dio inicio, pero nada cambió. La misma nostalgia, el mismo dolor, los mismos miedos, la misma soledad. Enfrento la vida sin sueños, sin futuro, sin esperanza, sin alguien... sin mi amor. Todo está igual. No hay nuevo año, es el mismo ciclo anterior. Sigo perdido en esta depresión, en esta ausencia de propósito, en la larga espera del sueño eterno, ¡en esta soledad infinita! , habitando en la nada de los que existen.

Adiós 2020

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Te esperaba como una realidad, pero te volviste una posibilidad, hasta convertirte en el no ser de mi esperanza. No, no eres como la caja de pandora, pues solo escondías desgracias. Como Sísifo condenado, cargo embrujado la piedra de un recuerdo que tritura mi mente, exprimiendo gota a gota la inagotable melancolía de mi pasado reciente. Aún cuando escribo, mis manos tiemblan de miedo y ansiedad; no puedo contener mis emociones o detener mis pensamientos. Solo mis lágrimas se liberan, pero yo continúo preso. Esto ya no es miedo, ¡es terror! Como película sangrienta de demonios y muertos. Me llevaste al límite tantas veces, y aún vago en ese limbo. No sé si existí en este tiempo, o  quizá me atoré en ese hetéreo lugar donde anduve perdido sin vivir en realidad. Arrancaste de mí el amor y me dejaste en la completa soledad. Te digo que ni en sueños he podido escapar, ni viajando en el astral encontré descanso a este tormento; solo silencio... solo silencio y nada más . Y

La última luna llena

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Un año ha pasado, desde que la última luna llena me sorprendió en la noche oscura, borrando del cielo cualquier estrella.   Ella, pura y brillante, como doncella andante, descendiendo desde lo alto, hasta alcanzar mi horizonte; tan cerca de mí.   Fue esa noche un día con su presencia. Fue su luz la que abrió mis ojos. Estaban mis manos contenidas, pero creí que la podía alcanzar. Los suaves relieves de su blanco esplendor, eran como pliegues de un vestido, que iban y venían, como ligeras olas que bañan una rivera en eterna danza, seduciéndome y llenándome de emoción. Mágico fue el momento. Deslumbrado y feliz por esta visión quedé. ¡Era mi luna! Que ataviada de un vestido blanco, sobre su piel trigueña, bajaba llena de vida por las escaleras, borrando de mi memoria el recuerdo de cualquier otra mujer.   Adiós luna llena, no nos volveremos a ver.