La muerte es la libertad


No conté los barcos que se hundieron, ni las vidas perdidas que se ahogaron en el tormentoso océano. Y de entre todas aquellas almas, sólo la mía siguió unida a este cuerpo; nadando, respirando, pensando... en ti, mi amor.
 
La corriente me alejó de cualquier costa, no sé donde estoy; pero sigo extraviado; y también olvidado. Condenado como Atlas, a sostener cada día el inmenso dolor que causó tu adiós; siento que el enorme peso pronto me aplastará.
 
Eres todo lo que me ata a la vida, eres el universo donde habito, mi única razón para existir. Hacer el bien para ti, es mi entera complacencia. Ahora, estando tú ausente, no puedo en este mundo —o en el otro—, alcanzar la felicidad.
 
Y aunque eres mi vida, también eres mi muerte, porque asesinaste en mí, aquel deseo por seguir, por vivir, por encontrarle un sentido a lo que la gente llama vida, que visto como lo veo yo, no es más que la antesala a la desvanecencia.
 
La vida es un momento, la muerte eterna.
La muerte pues, es el devenir de la vida.

Me pregunto: ¿se puede vivir muriendo con cada latido de mi corazón? Responde. ¡Tú! Que formaste parte de mi alma y te arrancaste de mí un día, dejándome en una playa solitaria, para que las olas me arrastren a la profundidad de la nada.
 
¡Oh, mi diosa! Si supieras que tu caricia tiene el poder de envolverme en dicha, de retrasar el tiempo anterior a la muerte; pues eres tú: la eternidad en vida; eres tú: tiempo sin fin; un viaje de ida para perderme en el más allá... en ti, amor.
 
La muerte será eterna con tu ausencia.
Pero contigo estaré eternamente vivo.
 
¡Aquí estoy! Perdido... ¡Perdido!
Derrotado por la angustia y el olvido.
Deseando que mi tiempo termine.
Esperando que la muerte me fulmine.
Arranca mi corazón de este pecho.
Riega mi sangre en todo lo ancho.
Extingue el sueño que me hace daño.
Vil esperanza que llena de engaño.
 Y porque este dolor es una eternidad...
¡Ven muerte! ¡Líbrame de esta soledad!

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